El viernes, Madrid bailó. Bailó como quien no tiene problemas, como quien sólo vive en la canción del momento. Y es que llegó La Regadera a la capital para llenar la Sala Caracol. De gente, de ska, de confetti, y de todo lo que eso conlleva.
A veces, la rabia no basta. A veces es necesario hacer lo combativo alegría, para poder soportar el ritmo de una vida demasiado cabreada. En esos instantes, es cuando necesitas apuestas como la de esta banda de Miranda de Ebro, un viernes por la noche y una sala llena de gente necesitando lo mismo. Un concierto de La Regadera es un pase seguro al buenrrollismo. Y una vez más no fallaron.
Abriendo todo este tinglado estuvieron los Gaupasa como teloneros primerizos. Todo nervios, todo emoción, todo un recital de cómo es tu primer concierto en una sala del tamaño e historia de la Caracol. Subieron al escenario rodeándose de amigos, para hacer un recorrido tanto de sus canciones como de algunos (muy bien elegidos) temazos de rock español. Por supuesto aún les queda camino, les queda experiencia, pero tienen todos los ingredientes para lograr hacerse un hueco. De composiciones sólidas, sonaban con reminiscencias a todas sus influencias, a caballo entre Segismundo Toxicómano y Marea, con un puntito de Evaristo, de Envidia Kotxina. Tienen mucho ruido que hacer como banda antifascista.
CONCIERTO LA REGADERA
Pero volvamos a la Regadera, esos protagonistas con aire de trovador trasnochado y vocación de payaso de circo, porque sus canciones parecen creadas para conseguir que sonría todo el mundo. Se presentan como una enérgicamente desbordante mezcla entre La Pegatina, Talco y Banda Bassotti. Pero todo ello mezclado con un puntito de versos y ensoñaciones, con aires de canción de autor, que recuerdan quizá a Antílopez.
A destacar, sin ninguna duda, su capacidad musical. El cuidado que ponen en cada canción, en cada arreglo, bailando desde el ska al swing, pasando por las melodías circenses, el reggae, el jazz,el one step y la charanga. Sin fallar en nada. Con muy variados sonidos y conocimientos, crean una amalgama concienciada y alegre con una energía difícil de retener.
La Sala Caracol se llenó de gente con ganas de sonreír un viernes. Y nadie salió decepcionado.
¿Su directo? Una fiesta. El septeto inundó la noche de saltos milimetrados, de coreografías aparentemente improvisadas, de visitas a la pista, de versiones de la electrónica más noventera, confetti, batallas de público…y nadie se quedó quieto. La Regadera es una oda a lo que está por venir, a esa esperanza adolescente que muchos vamos perdiendo con los años. No dudéis en ir a bailar con ellos.
PD: Desde Melolagnia queremos dedicar una respetuosa e impresionada ovación al trombonista de la banda y su inquebrantable capacidad teatral cuando no está tocando.